sábado, 6 de junio de 2020
Diosa...
mi relación contigo no es de cielo,
mi relación contigo no es de amor,
mi relación contigo no es de fiel.
Me aparte de tus fúnebres encantos
y de las seducciones de la tumba,
y del encaje negro que recubre
la desnudez del cuerpo de la tierra.
Diosa,
me aparto de tus ojos de serpiente,
me aparto de tu boca de cenizas,
me aparto de tu vientre de oración.
Yo todavía soy de oscuridad.
Tus capas disonantes me recubren,
pero las hojas blancas del ciprés
me llaman.
PERSÉFONE - Fragmentos
con su boca que nace entre pedazos
de luz ensangrentada y envolvente.
La reina del infierno me ha tocado
con su mano de barro que se alarga
por entre las raíces de lo muerto.
La reina del infierno me permite
moverme en sus estratos aplastados
y besar sus espigas insensibles.
La reina del infierno me conduce
al campo en que las flores azuladas
crecen, pero hacia abajo para siempre.
La reina del infierno me ha quemado
con sus brazos tan blancos como el odio
que siento todavía al deshacerme.
Lejos está la sombra que me mira... "Ocho Homenajes" 1972
Lejos está la sombra que me mira,
perforadas montañas la circundan;
hay olas escarlatas y se inundan
las órbitas de todo cuanto gira.
En sangre y resplandor flota la lira,
las cuerdas y planetas se secundan
y el orbe gemirá cuando se hundan.
cabeza muerta que respira
canta en mi corazón donde la sangre
es el mar de sus ojos, de su boca.
Una cabeza sola a la deriva.
Quiero que mi tristeza se desangre,
me quiero convenir en una roca;
más que mi voz no yerta sobreviva.
Ocho homenajes. 1972
44 Sonetos de Amor 1971 - XXVIII
Princesa prisionera de la nada,
princesa prisionera de la suerte,
princesa prisionera de la muerte,
princesa del abismo en la mirada.
Princesa de la noche de la espada,
princesa de la noche de lo inerte,
princesa de la noche que se vierte,
princesa sin amor y enamorada.
La luz de tu tristeza de princesa
brilla en la claridad de este lamento,
es luz que no comienza y que no cesa.
La luz de tu belleza de princesa
brilla en la eternidad de este momento;
princesa del horror de ser princesa.
44 sonetos de amor 1971 - IV
Eterna prisionera del momento,
rosa dorada y sola en el desierto,
si todo cuanto brilla fuera cierto,
cierto fuera también mi pensamiento.
Eterna mensajera del lamento azul
que se levanta de lo yerto,
¿por qué mi corazón, mi desconcierto
quiere tu resplandor como elemento?
Perdido entre las cruces
y los cruces de caminos
que surgen de lo incierto,
tinieblas en mi voz ya son tus luces.
Eterna adolescente del instante
te buscaré en lo vivo y en lo muerto
y encontraré tu rosa de diamante.
El mar es un pedazo de cristal... ORFEO 1970
bajo mis alas negras como el ciclo.
Ya me olvidé del cuerpo y del color
de las praderas suaves y humeantes.
La luz es solamente la belleza.
Mi lira está esperando en la galaxia
y las flores devoran los volcanes.
Cordillera de hielo canta y sírveme de apoyo.
¿No ves que soy tu dios y me dirijo
a mi ciudad de hierro transparente?
Orfeo 1970
Incendiaré mi pecho cuando el sol...
estalle en mi cabeza de esmeralda.
Quiero dejar mi cuerpo
al borde negro de la tierra
que tamo me maldice cuando niego su torso.
Yo soy un ser humano a pesar mío
y busco entre las ramas de mi ser
la espiga de lo uránico fulgente,
estridor silencioso entre las piedras.
Nadie en la superficie del planeta
quiere reconocerme diferente
y sé que no soy otro
entre los unos y que llevo
una marca celestial en mis ojos dorados.
Cuando ya mi presencia no persista
acaso se verá lo que es tangencia
en las opacas formas de mi estar prisionero
de un orbe que me tiene
hundido en su materia hasta los labios,
Dejando deshacerse lo que en mí es árbol...
catarata. sol, pantera,
empiezo a comprender mi claridad.
Ni siquiera la pálida amatista
puede significar lo que abandono
al borde de la llama de mí mismo.
Ni un cerco de diamante, ni el azul celeste
se aproximan a quien arde
donde el espacio ignora dimensiones.
Si fui crucificado no me acuerdo,
ni si me mutilaron previamente.
Nadie puede llegar a donde estoy.
y deshacerme al fin
entre los trozos de mi conciencia
abierta a su fulgor.
Estar entre las llamas
de un tejido naranja
y sonrosado como el júbilo
o ser sólo de sangre
mientras rocas intentan
persistir donde la nada.
Pero pretendo estar donde mis sienes...
vivir donde mis ojos lejanísimos,
arder donde las rondas de los soles.
Quiero descomponer cuanto consisto.
La perfección eterna del dolor
es repudiar la norma de mi ser,
para seguir las luces desunidas
que siembran de fulgores lo infinito.
Y perderme en los campos de los cielos
dejando el corazón en un altar
de piedras humeantes y rojizas
y restos de lamentos o de entrañas.
Y estar muerte y seguir vivificado
como una estatua ciega en movimiento,
tropezando en los muros de las cosas,
cayendo en los terrores y en las zanjas.
Y no saber ni cuándo llegará
con mi segunda muerte
la dulzura de la tiniebla blanda como lienzo
sobre el relieve lívido del rostro.
Ya no recuerdo nada de tus dulzuras pétreas...
ni sé cómo era el grito de tus fuegos vivientes.
Ya no puedo acordarme de la caverna roja,
de la caverna negra, de la caverna blanca.
Ya no sé si los cielos están bajo la tierra,
ni recuerdo el vagido de las olas de encima.
Ni reconozco el tacto de los tallos que crecen
hacia la verde sombra de las profundidades.
Ya perdí la corona con que me coronabas,
las llamas y las rosas y el rumor de raíces.
Ya no sé si mi sangre venida era tormento,
ni si de lo sublime llovían las violetas.
Ya no recuerdo nada de tu basalto blanco
ni de tus precipicios de tersuras titánicas.
Ya no recuerdo el sueño de tu dorado vientre
donde suave erecto trigo carbonizado.
¡Ya no recuerdo el orbe de tus montañas!
ávidas irguiéndose tan cerca que aplastaban mi espíritu.
Ya no recuerdo nada, Perséfone,
y me alejo hacia el helado filo de una espada desnuda.
Mi máscara es la lira: yo mato cuando canto,
aunque esa muerte sea también mi propia muerte.
Coronado de fuegos me redimo
Coronado de fuegos me redimo
por entre los espinos de la noche
total, que me acompaña desde dentro.
Mis restos se asemejan
a las letras de un alfabeto ignoto
de otra edad perdida entre huracanes y pedruscos.
Ya no queda de plata entre mis ruinas
ni un delgado fragmento de pureza,
ni un rayo que confirme lo que fue.
flagelado por ascuas me abandono
por entre los estratos del desierto
que va siempre conmigo a todas partes.
Y un ruido de martillos crepitantes
circunda mis descensos
en la lenta persecución que acerca mi final.
Avanzo entre paredes desvariadas.
entre lámparas negras sin sollozos,
por entre pensamientos contrariados.
Me redimo sin nunca redimirme,
sin soñar esperanza ni perdón,
oscurecido por un polvo tétrico.
Perséfone, me olvido de tu voz,
de tus conminaciones oceánicas.
Tu imagen transparente ya no existe.
Irse donde sin luz el resplandor...
se centre en un diamante dimanado,
indemne corazón que no palpite.
Irse detrás del muro del anhelo,
al inoíble cántico silente:
centro de la espiral de lo radiante.
Irse a la soledad del todo junto
en una sola llama de alabanza;
a donde no haya bocas ni miradas.
Irse a la espiga pálida del hierro,
la sideral condensación del cielo,
viendo como del no se eleva el sí.
Pero aún puedo perderme como un vuelo
y desatar los nudos de mis cánticos
para sembrar la orilla del amor.
De un amor sin materia ni contornos
y sin definición ni conmociones.
De un amor tenebroso como el cielo.
Lleno de estrellas vivas me abriré
a los helados campos ele los celes,
a las hogueras blancas de los fúlgidos.
Taladrado de pozos y torturas...
me muevo lentamente
hacia los restos
de tu recuerdo innumerable y rojo.
Contemplo las rosadas cataratas
con que me convertías en pedazos
de una materia sorda y olvidada.
Ya ni siquiera ruinas se levantan
entre las estaciones de un placer
sembrado de locura y crisantemos.
Ni los negros maderos de mi cuerpo
se pueden reagrupar en una forma
que asome su figura contra el mundo.
Yo soy el extirpado de los tiempos,
el arrancado en vilo de la vida.
Mi negación es tu rechazo mismo.
Como un lago de sangre y de mercurio
Como un lago de sangre y de mercurio
tu luz se me aproxima desde el monte
partido en dos mitades por tu imagen.
Tu sexo de dragón se precipita
desde la negra roca del sepulcro
hacia las avalanchas de la vida.
Pero sólo es un sueño de colores,
con una tierra azul,
un mar dorado tornasolados hacia el fondo.
ORFEO
Incierta renacida, ¿dónde está
la inmensa pesadumbre de tu manto
y el sello de tu reino subterráneo?
El azufre bebió todas tus lágrimas
y consumió tus párpados de vidrio
y tus hombros de seda mineral.
Ginandros de la sombra persistente,
¿dónde está tu belleza de colores?
El peso de la nada te sepulta.
En las raíces secas de tus siglos
y en tu corona de raíces muertas
rechinan los silencios de lo no.
Grabada en un estrato de pizarra,
precipicio asoman rus cabellos
de vegetal petrificado, yeso.
Y tu boca de plata enrojecida
ya sólo es de carbón
en la ceniza de tu rostro de brasa devorada.
Perséfone, ya nunca volverás
a la amarilla tierra de los brazos
con ramas y con mares en los ojos.
Ya nunca volverás a las estrellas,
ni siquiera a las brumas de lo gris
junto al violento mar que te rechaza.
LOS RESTOS NEGROS
Mis cabezas cortadas me circundan
y los cangrejos rondan
junto a mi figura de basalto transparente
rayada por arterias de rubíes.
Una esfera blanquísima de plomo
divide el horizonte en dos mitades
sobre la gasa pálida del humo
y la afilada rueda de cuchillos.
Los senos son los ojos
y las torres simétricas
se elevan hasta el cielo
como unas blancas piernas de giganta
teñidas del azul que vierte el odio.
Murciélagos inmensos a lo lejos
esperan los despojos. Y la reina
del musgo se deshace junto al lago
donde el mercurio sueña con azufre.
Manos crucificadas se reparten
por plazas o por calles y jardines.
Aves descabezadas se han posado
en las negras barandas del abismo
. . .
Si la palabra puede ser poder
anhelo y oración siendo lo mismo,
que la aniquilación me espere
cuando termine con mi pulso mi ceniza.
No quiero ni perderme en el Urano
ni llegar a la paz, pero existiendo.
Que no transmigre nada de mi error,
que no queden partículas de mí.
Rechazo la belleza del abismo superior
como rechazo la hermosura
de una tierra que fuera el paraíso
o de un cielo infinito y absoluto.
Niego mi condición con mis dos ojos,
como niego mi luz y mi recuerdo,
como niego las obras de mis días
y mi propia existencia en este mundo.
Niego con mi presencia mi razón
y pido solamente la tiniebla
total, de nada ser para lo eterno
y de nada fingir con inscripciones.
Ello, yo te suplico que me escuches:
fuente de la energía y la materia.
Te suplico que quieras apartarme
del insomne torrente que suscitas,
DE TU AVALANCHA BLANCA DE
GALAXIAS.
TE AMO, ETERNIDAD (DE "EL CORDERO")
Te amo, Eternidad. Ven fuego blanco
Que tiemblas en las cosas del abismo
Y vives dulcemente como un río.
Yo quiero deshacerme en tu ternura
Caído entre tus manos y tus labios,
Abierto ante el fulgor de la constancia.
Y quiero responder a tus palabras
Altas y silenciosamente erguidas,
O arder como las calmas subcelestes.
Como un lento rumor desmoronado,
Como una rueda obscura o destruida,
Estoy ante tu luz rosal e inmensa.
Apártame del negro monumento
Del profundo martirio de lo inerte,
O dime si también es alma todo.
Parcialmente conozco tu hermosura;
estás en lo que llamo lejanía,
Estás en los desiertos de mi pecho.
Estás en mi alegría más reciente:
Palacio moribundo de sonrisas,
Hiriéndome y cantándome. Te adoro.
En tus puras acacias transfiguro
Mi bárbara dulzura insostenible,
Mi externo desconcierto deshojado.
Eleva con mi voz los horizontes.
Te amo. Sí, te amo, bloque ardiente;
Purísima catástrofe de lirios.
Entre el llanto y la luz, ha sido dicho,
a pesar del silencio del espacio,
a pesar del desorden de lo herido,
a pesar del temblor del infortunio.
AL SEÑOR DE LOS CIELOS, ALABADLE
Al Señor de los Cielos, alabadle.
Alabad al Señor como los bosques.
Alabad al Señor como las fuentes.
Alabad al Señor como los vientos.
Alabad al Señor como los montes.
Alabad al Señor como las águilas.
Alabad al Señor como los hielos.
Alabad al Señor como las nubes.
Alabad al Señor como las llamas.
Alabad al Señor como las torres.
Alabad al Señor como las lanzas.
Alabad al Señor como los años.
Alabad al Señor como los siglos.
Alabad al Señor como los astros.
Alabad al Señor como los signos.
Alabad al Señor de los olivos
Alabad al Señor de los cristales
Alabad al Señor de los leones
Alabad al Señor de los horizonte
Alabad al Señor de las arenas
Alabad al Señor de los jacintos
Alabad al Señor de los pantanos
Alabad al Señor de las orquestas
Alabad al Señor de los oleajes
Alabad al Señor de las distancias
Alabad al Señor de los almendros
Alabad al Señor de los relámpago
Al Señor de los Cielos, alabadle
CORDERO DEL ABISMO
La tierra estaba verde como el cielo
y la resurrección en mis orillas
cantaba largamente sobre el valle.
Aquí hay un cuerpo muerto que respira,
hay un dulce desnudo que aparece
como las yerbas, débil y temblando.
El sol que se destroza allá reunido,
va removiendo este rumor de rosas.
Yo escucho la piedad en sus pupilas.
Y en las lejanas pedrerías verdes;
en las vegetaciones donde el día
sube como la luz de un mar reciente.
Aquí hay un cuerpo eterno que se rompe,
un estremecimiento que sacude
el corazón delgado de los aires.
Llega la boca misma de lo verde,
los pies de la esmeralda fugitiva.
Y los muros azules se derrumban.
Todo vierte un amor o unas violetas.
Los montes tienen gusto de manzana,
hasta del sufrimiento se hace un río.
Verdes peces circulan el abismo,
verdes árboles crecen y palpitan,
nubes verdes e inmensas pasan lentas.
Enamorados pájaros se encienden
sobre un calor callado que se estrecha
entre las mansas olas desplazadas.
Toda esta furia dulce estaba ausente;
como una momia de oro resucita
despedazada por el alba verde.
Aquí hay un cuerpo muerto que se mueve,
un grito de maíz, una palabra
escrita con la savia de los astros.
La tierra estará verde como el cielo
y la resurrección en mis orillas
cantará largamente estremecida.
EL CRISTO (Sí llamas, sí tinieblas, sí sollozos)
Sí, llamas. Sí, tinieblas. Sí, sollozos;
El Cristo.
Floresta fulgurante de amatistas,
celeste resplandor azul y blanco:
El Cristo.
Sobre un mar ciego de palomas rojas,
y el corazón sembrado de violetas:
El Cristo.
Con el sol y la Luna en los dos hombros,
entre el temblor de trigos desgraciados:
El Cristo.
Cordero del Abismo: centro y círculo,
pez infinito, pan despedazado:
El Cristo.
Almendro de cristal, red de rubíes,
esposo del espacio y de sus almas:
El Cristo.
Sí, llamas. Sí, tinieblas. Sí, sollozos;
El Cristo.
Aquí en la lejanía se levanta
un humo desolado y azulísimo
sobre un montón más triste de la tierra.
REY LAGARTO
Doncella de las luces de la luna,
luna del cielo gris de la doncella,
ninguna es tan dorada de tan bella,
bella como en la tierra no es ninguna.
Estrella del desierto, de la duna,
duna que brilla azul bajo la estrella.
sella tú mi misterio con la runa,
runa que con el fuego graba y sella.
Broche del firmamento de lo dentro,
dentro del firmamento claro broche,
mira como destruyo y desintegro
todo cuanto no es tú, fúlgido centro
negro en lo eternamente de la noche,
noche en lo eternamente de lo negro
miércoles, 3 de junio de 2020
DE «NON SERVIAM» (1972)
Como una inmensidad tan denunciada
perdiéndose
y no llegando nunca ni siquiera
a ser lo que suplica.
Dejándose las alas en los ojos,
abriéndose,
desanudando rocas de las nubes,
cayendo por los rostros y los
tiempos
y de la voz ignota a las palabras.
Lo múltiple es lo negro virginal
propagando
su vaso centelleante y los
zafiros gritan,
mientras del crisantemo del
espíritu
se evaden las siniestras
esperanzas
de goces inauditos,
de torturas sublimes,
de aplastamientos verdes como
soles.
Príncipe del reverso de los ciclos,
lo oscuro me alimenta con sus
fuegos
tan grises como yo.
Siempre vuelve la muerte a
conocerme
y a perderme en la siembra
innumerable
que fluctúa en los antros de lo
eterno.
DE HOMENAJE A BÉCQUER (2.• VERSIÓN)
Y caer
las oscuras aquellas, las
tupidas
como lágrimas.
Y caer
las ardientes, aquellas de
rodillas
Sus nidos como lágrimas del día.
Sus nidos. Sí, sus nidos.
De tu jardín absorto y de
rodillas,
las palabr.as que el vuelo
refrenaban.
Pero aquellas oscuras madreselvas,
pero aquellas tupidas
golondrinas,
pero aquellas cuajadas de rocío.
[...)
Volverán del amor a tus
cristales
aquellas como lágrimas del día
en tu jardín ardientes a sonar,
y otra vez a la tarde las
oscuras sus flores abrirán
Pero mudo y absorto de rocío,
como se adora el ala al
contemplar y caer.
Las lágrimas ardientes a
escalar,
las palabras cuajadas. las
palabras.
Y caer, como nidos
de tu jardín absorto ante el
altar.
Madreselvas, ardientes
golondrinas,
aquellas madreselvas.
Tu corazón, aquellas. nidos,
balcón.
aquellas, aquellas golondrinas.
Pero mudo y absorto, pero
aquellas rodillas.
Rodillas, tapias, tapias.
[...]
Las oscuras, oscuras,
Lis tupidas, tupidas.
Pero mudo y absorto.
Golondrinas,
golondrinas
De tu jardin las tapias a sonar.
Mi dicha, corazón, las
golondrinas,
de un jardín las tapias a
escalar
y otra vez a la tarde, aún más
hermosas
cuyas gotas mirábamos temblar,
pero aquellas cuajadas de rocío,
pero aquellas que el vuelo
refrenaban pero aquellas oscuras
madreselvas ...
Volverán del amor en tus rodillas
las gotas a caer,
pero aquellos que el vuelo, las ardientes ...
En tus oídos. Mudo
y absorto, ¿volver.in?
¿Volverán a escalar como se adora?
Nuestros nombres caer
como Lágrimas, tapias, desengáñate;
así no.
[...]
Golondrinas palabras,
ardientes madreselvas.
Las tapias a sonar en tu balcón,
las oscuras. oscuras, las
oscuras.
Pero como
de rodillas, absorto (las rodillas)
y caer, como Lágrimas del día,
desengáñate
En tu balcón aquéllas, las
tupidas,
pero ésas ...
¿Volverán?
Tu corazón, de su profundo sueño
en tu balcón sus nidos a colgar.
¿Volverán?
[...]
Rocío en tu balcón, pero las tapias, sus flores de rodillas,
golondrinas, ardientes a
escalar.
¿Volverán las oscuras?
Las oscuras palabras de las
gotas,
las madreselvas de rocío como rodillas.
¿Volverán las oscuras
madreselvas?
Del día
rocío en tu balcón
y caer,
¿volverán?
DE DONDE NADA LO NUNCA NI, I Y II (1971) PROLOGO
Magia del corazón en que la
magia
mezcla los alfabetos y cabellos
los desiertos cabellos y las
letras
grabadas en las losas
temblorosas
oculto sacramento mis tus ojos
lanzada de los labios al azul
en el helado blanco del
triángulo
bajo la frente eterna de la
frente
olas como sonidos de l:u olas
bajo las verdes hierbas de las
hierbas
que de mi voz se elevan en mi
voz
sueño de unas materias desunidas
cuerpo de claridad como tu
cuerpo
ceñido por los ángeles de un
bosque
de los ángeles que llevan un
fulgor
bajo las nubes grises de lo gris
Bronwyn desconocido cisnes hablo
armadura candente no ya lucho
mío temblor de toda contención
nunca donde lo nada sólo ni
DE INGER STEVENS, «IN MEMORIAM» (1970)
Venid a mirar conmigo cómo era
su extraña pureza
Muerta, un palacio de pltau sin
llaves,
Muerta en la pregunta de tus
ojos.
Muerta en la claridad de tu
cuerpo.
Muerta entre tu boca y tus
cabellos.
Muerta entre tus luces juveniles.
Muerta con sus suavidades
rubias.
Mucn,1 con tus tormentas ignotas.
Muerta con tu color de topacio.
Muerta con tus senos de jardín.
Muerta. con tu frente de imposible.
Muerta con rus amarillas manos.
Muerta con tu sol desvanecido.
Muerta en las avenidas sin
nadie.
Muerta en los cristales de otras
casas.
Muerta sola de amor y abrazos.
Muerta de dar iodo siempre al
nada.
Muerta de convicción, rosa
muerta.
Muerta de lo absoluto del nunca.
Inger Stevens.
Una costa de amatistas áridas
junto al mar de doliente platino
sostiene tu recuerdo, lnger Stevens.
Repartida en el ciclo sonríes
lnger,
y tus imágenes blancas
difunden una vida de tenue
transformación de eternidad
pálida,
lnger Stevens, muerta. de llama,
lnger, lnger.
Muerta de corazón y de viento
Muerta de desnudo o de ramas.
Muerta de no ser del mundo rojo.
Muerta de buscar la espiral ida.
Muerta de abandonar tu belleza.
Muerta de no querer ser tocada.
Muerta de ver lo no permanecer
Muerta de no saber un camino.
Muerta de no pensar en la roca.
Muerta de ya todo desdeñarlo.
Muerta de crisantemos azules.
Muerta de ramos días diamantes.
Muerta de tantas noches caídas.
Muerta de un herida por única.
Muerta con las estrellas
violetas.
Muerta con las cenizas aladas.
Muerta con los labios infinitos.
Muerta con la muerte, los
jazmines,
inger Stevens.
IV
Las palabras azules se pudren en
los árboles,
las hierbas de la casa se alejan
por el mar.
ni esta esfera es acaso sino una
sola sombra
ráfagas de silencio se agregan
al silencio.
en los muebles oscuros que la
vieron vivir.
las cifras de su nombre deslíen
su ma1cria.
y las cruces que arañan el
firmamento roro.
se va como los días, negro como
los años.
Y un huracán de rocas petrifica el océano.
en extraños acordes de tiempos
transformados.
ha muerto lnger Stevens, que lo
sepan los ángeles.
de un absorto universo que es
todo eternidad.
árboles de diamante con hojas de
zafiro.
con su luz cegadora que nace del
espíritu.
Venid a ver la losa con sus
letras escritas
y comprobad su muerte donde los muertos
reinan.
que mercurio derrame bajo la
ílor de Sirio
Permitid que me corte las manos y la voz
junto al abismo grave que se
encierra en sus alas.
LOS CIELOS YA SE HAN IDO, NO TE CONTEMPLA
NADIE INGER STEVENS.