martes, 2 de junio de 2020

Susan Lenox (1947)

Siduri, la del cabaret, habitaba cerca del mar inaccesible.

Poema de Gilgamesh

 

Oh. gran cuadrado sin forma.

Oh, gran  vaso inconcluso. Lao-Tsé

 

Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino como erras tantas tardes. 

La tristeza, la tristeza de muchas cosas muertas, 

perdidas o no sidas, me acompaña.

 

Niebla, niebla.

La sombra b:i.ja lema como un rio;

su invasión me atenaza.

Ni música de luz se oye a lo lejos

y un silencio infinito me circunda.

 

Da lo mismo.

Las horas que han puado no me importan, 

no me importan las horas ni los días,

los días que han pasado, ni los años.

Da lo mismo.

Niebla, niebla.

Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino.

 

Como  otras tantas tardes, la tristeza,

la tristeza me mira dulcemente

con  su clara mirada, como untas

otras tardes.

 

No si qué me sucede.

Es un sonido. un sonido de lluvia el que aparece.

 

Niebla, niebla.

No sé qué me sucede;

como un río la tristeza de muchas cosas muerta aparece.

 

No sé qué me sucede;

es un recuerdo, un sonido de lluvia o de cortina.

En efecto,

la cortina,  a mi lado, lenta oscila;

b cortina de alambres y bambúes.

 

Ni  música de jazz. se oye a lo lejos. 

Da lo mismo, lo mismo.

La tristeza me mira; es un sonido, un sonido de lluvia o de cortina. 

En efecto,

la cortina, a mi lado, en la ventana, en la ventana muerta, leve oscila.

 

Oscila,  sí, recuerdo; es un recuerdo. 

Había una gran sala abandonada, una sala perdida entre la niebla

de pálidas cortinas como esta,

mujeres que llevaban en el pelo suaves flores doradas o amarillas. 

Niebla.  niebla.

Aquí estoy, en un bar. bebiendo vino.

 

Como otras tantas tardes, una sala, 

una gran sala ausente donde había mujeres que llevaban en el pelo

las flores amarillas.

 

Como otras ramas lardes de silencio, 

un silencio infinito me circunda.

La tristeza  me mira; es un sonido.

Sí, la cortina suena.

No es el aire, el aire no la empuja, es la tristeza,

la tristeza como otras tantas tardes.

 

Recuerdo aquella sala rodeada de pálidas cortinas.

Ella siempre vivía entre la niebla, entre la niebla. 

Da lo mismo.

Las horas que han pasado no me importan,

no me importan las horas, ni los días,

los años que han pasado, ni las horas;

ni las eternas horas solitarias.

Niebla, niebla.

No sé qué me sucede; es un recuerdo.

Recuerdo las palabras del poema; Siduri; la del cabaret, vivía

Susana, no Siduri.

Sí,  Susana, cerca del mar inaccesible y puro.

 

Da lo mismo Siduri que Susana, Caldea que Cartago  o Barcelona,

las islas del Pacífico  o Long  lsland, que China;

hay una sala abandonada.

 

No sé qué me sucede; es un recuerdo.

El recuerdo de muchas cosas muertas, perdidas o no sidas. 

Niebla, niebla.

 

Niebla, niebla,

como otras tantas tardes, como un río,

Susana se llamaba.

Ni  música de jazz se oye a lo lejos;

da lo mismo. lo mismo.

 

Ni música de jazz.  Ella, la dulce

no tuvo otra canción que este sonido

de lluvia o de cortina que prosigue

como un recuerdo suyo no olvidado.

 

La sala; si, la sala. Las mujeres,

las pobres entregadas a las fiestas

más tristes de la tierra; las mujeres.

Como  otras tantas tardes, la tristeza,

como otras tantas tardes, un recuerdo.

 

Un recuerdo de amor, constantemente,

constantemente asido a mi memoria.

La imagen repetida del cabello,

la luz de las estrellas en sus muslos,

la luz de las miradas. el silencio debajo de su voz grave y lejana.

Da lo mismo.

 

Susana sonreía. Niebla, niebla.

Susana en el cristal de horizonte,

Susana en la gran sala abandonada,

Susana con sus flores amarillas, sonreía.

 

Ni música de jazz se oye a lo lejos.

Como otras tantas tardes, un silencio,

un silencio infinito me circunda.

Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino.

 

No sé qué me sucede; es un recuerdo,

es una soledad, es un sollozo

perdido donde el rio de la niebla

escarba con la muerte hacia los ojos,

sube como el amor hasta los labios,

como otras tantas tardes.

 

Da lo mismo:

lo mismo da el temblor que se separa,

la incierta condición de lo querido,

la luz del sufrimiento, la distancia hasta una cosa muda,

hasta la sala  grande que recuerdo.

 

Que recuerdo, recuerdo; sí, recuerdo la sala, las mujeres,

las pobres entregadas a las fiestas

para ganar su vida.  Es un sonido;

la muerte es un sonido de cortina. un sonido que pasa y que se apaga,

un sonido que queda. Niebla, niebla.

Ni  música de jazz  se oye a lo lejos, ni música de jazz. 

Sí, la cortina; el aire no la mueve, es mi tristeza. 

La tristeza  me mira. Da lo mismo.

 

Aquí estoy, en un bar. Sus ojos claros,

su rostro sonriente y lejanísimo,

sus manos, la tristeza: niebla, niebla.

 

Sus manos en el aire del recuerdo,

sus manos en la sala, en sus cabellos,

sus manos con las flores amarillas,

como otras tantas tardes. La cortina,

sonando; la cortina.

La cortina de alambres y bambués,

La lluvia cenicienta. La tristeza.

La tristeza me mira como un rio,

como un río sollozo.  Niebla, niebla.

 

Niebla sobre la sala abandonada,

niebla sobre los dedos sollozantes,

niebla sobre los árboles de en torno

 

de la sala de niebla abandonada,

de la estancia sin límites ni forma,

del cuadrado sin ángulos  ni lados,

del gran vaso inconcluso donde bebo,

de la ausencia profunda, aparecida

como un total acceso a la presencia,

con su beso final y agonizante.

Da lo mismo.

 

Lo  mismo da la niebla que sus ojos,

que sus ojos de sombra y cautiverio,

lo mismo da el amor que la cortina.

Se llamaba Susana.

Lo  mismo da la niebla que el recuerdo.

Susana. sí. Susana.

 

Aquí estoy, en un bar. bebiendo vino.

Aquí estoy, en un bar. como la niebla,

recordando; volviendo sobre el mundo,

cayendo entre los muebles de la sala,

de la sala de niebla y de caricias,

de la sala. lo mismo, da lo mismo,

como otras tantas tardes. Niebla, niebla.

 

Como otras tantas tardes sin Susana,

con Susana a lo lejos. La cortina, la cortina se mueve.

La cortina,

la cortina se mueve dulcemente

como otras tantas tardes. 

La tristeza, la tristeza de muchas cosas muertas,

perdidas o no sidas, da lo mismo.

Lo  mismo da la sala, las mujeres;

mujeres que llevaban en el pelo

sus flores destruidas y amarillas.

Se llamaba Susana. da lo mismo.

 

Ni música de jazz; sólo silencio.

Susana se llamaba;

ya de niña sabia su desgracia.

La cortina.

Se llamaba  Susana por la tarde,

se llamaba Susana al mediodía,

se llamaba Susana por la noche.

Susana se llamaba sobre el alba.

 

Y la cortina  suena. Niebla,  niebla.

La sombra baja lema, como un río;

su invasión me arenaza.

No me importan las horas,

ni los años, ni los días;

los días que no pasan con Susana.

 

Da lo  mismo. Niebla, niebla.

La tristeza me mira.

Es un sonido. un sonido de muerte

o de cortina. En efecto;

la cortina, a mi lado,

en la ventana

como otras tantas tardes. leve oscila.

Da lo mismo.


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