Siduri, la del cabaret, habitaba cerca del mar inaccesible.
Poema de Gilgamesh
Oh. gran cuadrado sin forma.
Oh, gran vaso inconcluso. Lao-Tsé
Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino como erras tantas tardes.
La tristeza, la tristeza de muchas cosas muertas,
perdidas o no sidas, me acompaña.
Niebla, niebla.
La sombra b:i.ja lema como un
rio;
su invasión me atenaza.
Ni música de luz se oye a lo
lejos
y un silencio infinito me
circunda.
Da lo mismo.
Las horas que han puado no me importan,
no me importan las horas ni los
días,
los días que han pasado, ni los
años.
Da lo mismo.
Niebla, niebla.
Aquí estoy, en un bar, bebiendo
vino.
Como otras tantas tardes, la tristeza,
la tristeza me
mira dulcemente
con su clara mirada, como untas
otras tardes.
No si qué me
sucede.
Es un sonido. un
sonido de lluvia el que aparece.
Niebla, niebla.
No sé qué me
sucede;
como un río la
tristeza de muchas cosas muerta aparece.
No sé qué me sucede;
es un recuerdo, un sonido de
lluvia o de cortina.
En efecto,
la cortina, a mi lado, lenta oscila;
b cortina de alambres y bambúes.
Ni música de jazz. se oye a lo lejos.
Da lo
mismo, lo mismo.
La tristeza me mira; es un sonido, un sonido de lluvia o de cortina.
En
efecto,
la cortina, a mi lado, en la ventana, en la ventana muerta, leve oscila.
Oscila, sí, recuerdo; es un recuerdo.
Había una gran
sala abandonada, una sala perdida entre la niebla
de pálidas cortinas como esta,
mujeres que llevaban en el pelo suaves flores doradas o amarillas.
Niebla. niebla.
Aquí estoy, en un bar. bebiendo
vino.
Como otras tantas tardes, una sala,
una gran sala ausente donde había mujeres que llevaban en el
pelo
las flores amarillas.
Como otras ramas lardes de silencio,
un silencio infinito me circunda.
La tristeza me mira; es un sonido.
Sí, la cortina suena.
No es el aire, el aire no la empuja, es la tristeza,
la tristeza como otras tantas
tardes.
Recuerdo aquella
sala rodeada de pálidas cortinas.
Ella siempre vivía entre la niebla, entre la niebla.
Da lo mismo.
Las horas que han pasado no me
importan,
no me importan las horas, ni los
días,
los años que han pasado, ni las
horas;
ni las eternas
horas solitarias.
Niebla, niebla.
No sé qué me
sucede; es un recuerdo.
Recuerdo las
palabras del poema; Siduri; la del cabaret, vivía
Susana, no Siduri.
Sí, Susana, cerca del mar inaccesible y puro.
Da lo mismo Siduri
que Susana, Caldea que Cartago o Barcelona,
las islas del
Pacífico o Long lsland, que China;
hay una sala abandonada.
No sé qué me sucede; es un recuerdo.
El recuerdo de muchas cosas muertas, perdidas o no sidas.
Niebla,
niebla.
Niebla, niebla,
como otras tantas tardes, como
un río,
Susana se llamaba.
Ni música de jazz se oye a lo lejos;
da lo mismo. lo mismo.
Ni música de jazz. Ella, la dulce
no tuvo otra canción que este
sonido
de lluvia o de
cortina que prosigue
como un recuerdo
suyo no olvidado.
La sala; si, la sala. Las
mujeres,
las pobres entregadas a las
fiestas
más tristes de la tierra; las mujeres.
Como otras tantas tardes, la tristeza,
como otras tantas tardes, un
recuerdo.
Un recuerdo de amor,
constantemente,
constantemente asido a mi
memoria.
La imagen repetida del cabello,
la luz de las estrellas en sus muslos,
la luz de las miradas. el silencio debajo de su voz grave y lejana.
Da lo mismo.
Susana sonreía. Niebla,
niebla.
Susana en el
cristal de horizonte,
Susana en la gran
sala abandonada,
Susana con sus flores
amarillas, sonreía.
Ni música de jazz
se oye a lo lejos.
Como otras tantas
tardes, un silencio,
un silencio
infinito me circunda.
Aquí estoy, en un bar, bebiendo
vino.
No sé qué me sucede; es un
recuerdo,
es una soledad, es un sollozo
perdido donde el rio de la
niebla
escarba con la muerte
hacia los ojos,
sube como el amor
hasta los labios,
como otras tantas
tardes.
Da lo mismo:
lo mismo da el
temblor que se separa,
la incierta
condición de lo querido,
la luz del
sufrimiento, la distancia hasta una cosa muda,
hasta la sala grande que recuerdo.
Que recuerdo, recuerdo; sí,
recuerdo la sala, las mujeres,
las pobres entregadas a las fiestas
para ganar su
vida. Es un sonido;
la muerte es un
sonido de cortina. un sonido que pasa y que se apaga,
un sonido que queda. Niebla,
niebla.
Ni música de jazz se oye a lo lejos, ni música de jazz.
Sí, la cortina; el aire no la mueve, es mi tristeza.
La tristeza me mira. Da lo mismo.
Aquí estoy, en un bar. Sus ojos
claros,
su rostro sonriente y
lejanísimo,
sus manos, la tristeza: niebla,
niebla.
Sus manos en el aire del
recuerdo,
sus manos en la sala, en sus cabellos,
sus manos con las flores amarillas,
como otras tantas tardes. La cortina,
sonando; la cortina.
La cortina de
alambres y bambués,
La lluvia cenicienta.
La tristeza.
La tristeza me mira como un rio,
como un río sollozo. Niebla,
niebla.
Niebla sobre la sala abandonada,
niebla sobre los dedos sollozantes,
niebla sobre los árboles de en
torno
de la sala de niebla abandonada,
de la estancia sin límites ni
forma,
del cuadrado sin ángulos ni lados,
del gran vaso
inconcluso donde bebo,
de la ausencia
profunda, aparecida
como un total
acceso a la presencia,
con su beso final
y agonizante.
Da lo mismo.
Lo mismo da la niebla que sus ojos,
que sus ojos de
sombra y cautiverio,
lo mismo da el
amor que la cortina.
Se llamaba Susana.
Lo mismo da la niebla que el
recuerdo.
Susana. sí. Susana.
Aquí estoy, en un
bar. bebiendo vino.
Aquí estoy, en un
bar. como la niebla,
recordando;
volviendo sobre el mundo,
cayendo entre los
muebles de la sala,
de la sala de niebla y de
caricias,
de la sala. lo mismo, da lo
mismo,
como otras tantas tardes.
Niebla, niebla.
Como otras tantas tardes sin
Susana,
con Susana a lo lejos. La cortina, la cortina se mueve.
La cortina,
la cortina se mueve dulcemente
como otras tantas tardes.
La tristeza, la tristeza de muchas cosas muertas,
perdidas o no sidas, da lo mismo.
Lo mismo da la sala, las mujeres;
mujeres que llevaban en el pelo
sus flores destruidas y amarillas.
Se llamaba Susana. da lo mismo.
Ni música de jazz;
sólo silencio.
Susana se llamaba;
ya de niña sabia su desgracia.
La cortina.
Se llamaba Susana por la tarde,
se llamaba Susana al mediodía,
se llamaba Susana
por la noche.
Susana se llamaba
sobre el alba.
Y la cortina suena. Niebla, niebla.
La sombra baja
lema, como un río;
su invasión me arenaza.
No me importan las horas,
ni los años, ni los días;
los días que no pasan con
Susana.
Da lo mismo. Niebla, niebla.
La tristeza me mira.
Es un sonido. un sonido de muerte
o de cortina. En efecto;
la cortina, a mi
lado,
en la ventana
como otras tantas
tardes. leve oscila.
Da lo mismo.
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