Irse donde sin luz el resplandor
se centre en un diamante dimanado,
indemne corazón que no palpite.
Irse detrás del muro del anhelo,
al inoíble cántico silente:
centro de la espiral de lo radiante.
Irse a la soledad del todo junto
en una sola llama de alabanza;
a donde no haya bocas ni miradas.
Irse a la espiga pálida del hierro,
la sideral condensación del cielo,
viendo como del no se eleva el sí.
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