miércoles, 3 de junio de 2020

EL SALMO DE MI DIOS



Sobre los puentes verdes del ciclo de los ciclos

sobre el acero vivo que entona la amargura

sobre los aterrados rebaños de leones

sobre las catedrales solemnes del desierto.

Viene un rebaño dulce de corderos azules.

Sobre los templos rojos borrachos de naranjas

sobre las cumbres duras de labios y de espigas

sobre los acueductos dormidos en el aire

sobre las repentinas orquestas del martirio.



Viene un rebaño santo de corderos azules.



Sobre las frentes rotas, las manos destrozadas

sobre las noches hondas que aúllan como hienas

sobre los pechos secos, los ojos sin pupilas

sobre los valles grises sin torres ni campanas.



Viene un rebaño dulce de corderos azules.



Sobre el amor deshecho, sus sienes derribadas

sus encendidas piedras, sus dalias, sus astillas

sobre los m:arcs sordos sin peces y sin cinticos

sobre la sal furiosa y su mundo de alfileres.

Viene un rebaño santo de corderos azules.

Sobre la línea muerta del pálido horizonte

sobre los restos rudos de besos o de entrañas

sobre las apagadas canciones del sepulcro

sobre un azufre negro de rosas derogadas.



Viene un rebaño dulce de corderos azules.

Sobre el lago mis solo y su estrella inaccesible

sobre la costa abierta o su grito mis lejano

sobre el incendio eterno del árbol elegido

sobre el diamante helado, sobre su filo hirviendo.



Viene un rebaño santo de corderos azules.



¡Jahvé, mi voz de sangre, mi voz desamparada

mi voz hecha de fuego tomado de tu espacio

encrespa las higueras de mis quemados puños!

¡Jahvé, mi voz se yergue llamándote con cantos!



Y las arpas radiantes agrupan sus cabellos

derramando las aguas de sus rápidas luces.

Y las largas trompetas de plata se levantan

sobre los puentes verdes del cielo de los ciclos



porque sobre las viñas, los hornos, los laureles

porque sobre las hachas, los gritos, los olivos,

porque sobre el aceite, la harina y la tristeza

porque sobre las negras banderas del sollozo



del sollozo o del rayo, del tigre enfurecido;

por los blancos jardines del abrasado espacio

y sus caminos ciertos de ausencia o de esperanza

y sus orillas altas que rugen como espadas.

Viene un rebaño lento de corderos azules.

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