Las rosas se parecen a las rosas;
arden en su patíbulo espinoso.
Superior al amor es el placer
de desgarrar el rostro
despiadado.
El estandarte es rojo y
amarillo,
con un dragón sin alas ni
reflejos
del oro abandonado entre las
puertas
de las casas perdidas por el
mundo.
Me arrodillo sin manos entre
ortigas
y la voz se me va con la mirada.
Sólo llamas azules acarician
el lugar destrozado que yo fui.
Y vi las calcinadas dispersiones
a la rojiza luz de las estrellas
dispersas como el alma
por un cielo sin orden y sin paz
eternamente.
La mujer de los dos cuerpos se
acercó
por el campo de siembras
abrasadas.
Una de sus figuras era negra
La otra era anaranjada como el
sol.
De pronto quiso hablar.
Sólo sombríos sonidos estridentes
Encendieron los ámbitos insomnes
del silencio.
Sólo la oscuridad en verdad.
El cielo estaba gris,
de mi cabeza brotó una llama
azul
y el horizonte se descompuso
en signos de colores siniestros
como lágrimas de muerto.
Muros llenos de sangre se elevaban
sin orden, por doquier, entre
animales
de piedras diferentes y una
música
de vibraciones graves y muy
lentas.
La mujer de dos cuerpos separó
sus dos mitades rojas como
mármoles,
iguales en lo herido y en lo
hiriente.
Iluminaba un bosque con sus
llamas.
Un pedazo de bronce me miró
con sus pupilas negras de otro
siglo.
Cantaban coros ciegos por los
cielos.
Yo en la Gran Esfinge para siempre.
Si la palabra puede ser poder
anhelo y oración siendo lo
mismo,
que la aniquilación me espere
cuando
termine con mi pulso mi ceniza.
No quiero ni perderme en el
Urano
ni llegar a la paz pero
existiendo.
Que no transmigre nada de mi
error,
que no queden partículas de mí
Rechazo la belleza del abismo superior
como rechazo la hermosura
de una tierra que fuera el
paraíso
o de un ciclo infinito y
absoluto.
Niego mi condición con mis dos
ojos,
como niego mi luz y mi recuerdo.
como niego las obras de mis días
y mi propia existencia en este
mundo
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