Ella, muy pálida, absolutamente silenciosa, avanzó rápidamente entre los fieles
que respetuosamente abrían paso. En
medio del silencio más absoluto, yo "sentí"
que la esencia de un espíritu
religioso se iba adueñando de mí, y para solucionar
la última duda, fue para lo que me
aproximé a la resucitada, haciéndole la
terrible pregunta con la que he
empezado mi relato:
¿Eres verdaderamente cartaginesa?
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