Ya no recuerdo nada de tus dulzuras pétreas,
ni sé cómo era el grito de tus fuegos vivientes.
Ya no puedo acordarme de la caverna roja,
de la caverna negra, de la caverna blanca.
Ya no sé si los cielos están bajo la tierra,
ni recuerdo el vagido de las olas de encima.
Ni reconozco el tacto de los tallos que crecen
hacia la verde sombra de las profundidades.
Ya perdí la corona con que me coronabas,
las llamas y las rosas y el rumor de raíces.
Ya no sé si mi sangre venida era tormento,
ni si de lo sublime llovían las violetas.
Ya no recuerdo nada de tu basalto blanco
ni de tus precipicios de tersuras titánicas.
Ya no recuerdo el sueño de tu dorado vientre
donde suave erecto trigo carbonizado.
¡Ya no recuerdo el orbe de tus montañas!
ávidas irguiéndose tan cerca que aplastaban mi espíritu.
Ya no recuerdo nada, Perséfone,
y me alejo hacia el helado filo de una espada desnuda.
Mi máscara es la lira: yo mato cuando canto,
aunque esa muerte sea también mi propia muerte.
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