Niégate a ti mismo y síguete. J. E. C.
A Eurídice-Perséfone
Incierta renacida, ¿dónde está
la inmensa pesadumbre de tu manto
y el sello de tu reino subterráneo?
El azufre bebió todas tus lágrimas
y consumió tus párpados de vidrio
y tus hombros de seda mineral.
Ginandros de la sombra persistente,
¿dónde está tu belleza de colores?
El peso de la nada te sepulta.
En las raíces secas de tus siglos
y en tu corona de raíces muertas
rechinan los silencios de lo no.
Grabada en un estrato de pizarra,
precipicio asoman rus cabellos
de vegetal petrificado, yeso.
Y tu boca de plata enrojecida
ya sólo es de carbón
en la ceniza de tu rostro de brasa devorada.
Perséfone, ya nunca volverás
a la amarilla tierra de los brazos
con ramas y con mares en los ojos.
Ya nunca volverás a las estrellas,
ni siquiera a las brumas de lo gris
junto al violento mar que te rechaza.
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