Pero pretendo estar donde mis sienes,
vivir donde mis ojos lejanísimos,
arder donde las rondas de los soles.
Quiero descomponer cuanto consisto.
La perfección eterna del dolor
es repudiar la norma de mi ser,
para seguir las luces desunidas
que siembran de fulgores lo infinito.
Y perderme en los campos de los cielos
dejando el corazón en un altar
de piedras humeantes y rojizas
y restos de lamentos o de entrañas.
Y estar muerte y seguir vivificado
como una estatua ciega en movimiento,
tropezando en los muros de las cosas,
cayendo en los terrores y en las zanjas.
Y no saber ni cuándo llegará
con mi segunda muerte
la dulzura de la tiniebla blanda como lienzo
sobre el relieve lívido del rostro.
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